Me siento sola.
La frase más recurrente que leo en las redes sociales, visitando grupos de crianza, maternidad, discapacidad y migrantes, es la de expresar soledad.
No es una soledad física, la mayoría de las personas cuentan con una familia, amigos, compañeros de trabajo, incluso relaciones virtuales.
Sentirse solo y expresarlo es una llamada de atención enorme para quienes trabajamos en el ámbito del acompañamiento. Sabemos cómo dar respuesta a esa emoción que puede resultar devastadora y que mucha gente vive desde la culpa, la angustia y la sensación de incomprensión por parte de su entorno.
Mi experiencia vital (tratamientos de fertilidad, embarazos de alto riego, hijos prematuros, migración, entre otros…) me ha colocado muchas veces en emociones difíciles de gestionar únicamente con mi red afectiva. Haberme sentido acompañada por profesionales idóneos fue clave para poder atravesarlo de la mejor manera. Somos seres humanos, y nada de lo humano nos es ajeno.
El estigma de la terapia
Estos días, a raíz de mis últimas publicaciones sobre la importancia del autocuidado cuando estamos criando, ya sea en familias típicas, atípicas y migrantes, he recibido muchos mensajes consultándome cómo puede ayudar un espacio terapéutico a las (p)madres que se sienten solas y abrumadas en el camino. He concertado citas con pacientes nuevos que nunca se habían planteado la psicología como una herramienta para mejorar su bienestar.
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En Argentina, mi país natal, es una práctica habitual acudir a terapia. No existen prejuicios sociales sobre la necesidad de acudir a un terapeuta para enfrentarse mejor a las diferentes circunstancias que vamos transitando. Sin embargo, desde que trabajo con pacientes en Europa y USA, he comprobado que sigue habiendo un estigma en torno a las personas que acuden a un psicólogo, relegando esta herramienta a quienes se considera que tienen problemas patológicos.
De la misma manera que acudimos de forma preventiva al odontólogo para controlar nuestros dientes…¿por qué no actuamos de forma preventiva ante el malestar emocional que nos invade de forma cotidiana?.
En una encuesta que realicé en mi cuenta de Twitter, donde la mayoría de respuestas fueron enviadas por madres españolas, sólo el 23% contaba con un espacio terapéutico mientras que el 47% reconocía no tener tribu o cualquier otro tipo de contención y acompañamiento (incluso dentro de su ámbito familiar).
Sin embargo, absolutamente todos los mensajes, comentarios, emails y feedbacks que he tenido en estas semanas arrojan una necesidad imperiosa de sentirse arropadas, entendidas y no juzgadas.
Contar con un espacio propio, donde poder hablar y sentirse escuchadas, reconocidas y acompañadas en la (p) maternidad y/o los procesos migratorios es imprescindible. Y eso puede materializarse en una tribu presencial o virtual (como mi grupo de Facebook), en momentos compartidos con otras familias viviendo experiencias similares y también en derribar los prejuicios en torno a los espacios terapéuticos con los que podemos contar.
Por ello, me gustaría contarte cuál es mi visión del espacio terapéutico, aunque ya te adelantaba en otro post los pilares que marcaron mi profesión desde sus inicios y que puedes leer aquí: La filosofía del Acompañar, por Alan D. Wolfelt.
El rol del terapeuta.
Un psicólogo no es un opinólogo, no debería decirte qué hacer.
No cuenta con todo el conocimiento sobre tu vida, tu entorno, tu mochila, tus experiencias previas, el contexto en el que te mueves, tus emociones y las de quienes te rodean. Necesita de ti para poder llevar adelante su labor profesional.
El terapeuta cuenta con la información que tú le provees y basándose en la premisa de que la vida no tiene un manual de instrucciones, porque cada una es única y existen múltiples maneras de abordar cada circunstancia, debe facilitar tu toma de decisiones.
La excepción a esta regla no debería desviarse de los casos donde el paciente o su entorno corran peligro de maltrato físico o psicológico, donde el psicólogo sí debe aportar una intervención más directiva.
El espacio terapéutico y la linterna.
Yo entiendo el espacio terapéutico, el que brindo a mis pacientes, de una manera muy gráfica que te voy a contar.
Cada uno camina por su propio sendero, único y exclusivo.
Por momentos, el sendero se torna más oscuro y debemos recurrir a nuestra caja de herramientas. Cada uno tiene la suya, propia y exclusiva.
En esta caja de herramientas buscamos algo que nos ayude a iluminar esa oscuridad que nos detiene, que no permite que sigamos avanzando.
La terapia es una de esas herramientas y el terapeuta tiene un rol muy concreto: sostener la linterna que le hemos facilitado a la distancia justa, para que ilumine sin encandilar, pero nos deje ver lo suficiente para encontrar la salida.
El psicólogo, entonces, caminará a tu lado. Tú eres la única persona con toda la información de tu propia vida, no lo olvides.
Para ver todo lo que necesitas y seguir andando, el terapeuta te ayudará a esclarecer tu verdad, a verla de frente dando luz a la oscuridad en la que te sientes sumergida.
Y con esa claridad en el camino, te será más fácil tomar las decisiones acertadas.
Dar un acompañamiento efectivo, donde no existen juicios y se pone en valor el poder de cada persona para tomar las riendas de su vida y bienestar, es todo a lo que debería aspirar tu terapeuta. Es a lo que aspiro yo en cada sesión: que te valores, te empoderes, te desahogues y te sientas escuchada sin temor.
¿Y tú?
¿Cuentas o has contado con un espacio terapéutico?
¿Quién te ayuda a sostener la linterna?
Cuéntame.

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